Pequeños relatos sobre los grandes del blues.
Jorge Luis Borges decía que “De los diversos instrumentos inventados por
el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su
cuerpo… Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria.”
Pocas palabras se adaptan mejor a
Los Días Azules, un viaje hacia la
imaginación y el recuerdo basado en relatos de personajes míticos del blues.
Quizá conocemos a muchos de ellos a través de su música, pero poco sabemos de
su lado humano. Manuel López Poy nos abre una ventana al pasado a través de su
libro, nos descubre cómo podría haber sido un día cualquiera en la vida de los
grandes del blues.
Trece historias cuotidianas nos
hablan de estas leyendas de carne y hueso que pasaron muchas dificultades antes
de poder subirse a un escenario. Dificultades que ya empezaron, en la mayoría
de los casos, con una infancia difícil que marcó la madurez de muchos de ellos.
Miseria, racismo, maltratos, peleas… como en el caso de Willie Dixon, que pasó por
una granja penitenciaria de muy joven, hecho que lo convirtió en un luchador y
le infundió un carácter rebelde que no se doblegaba ante ninguna adversidad y
lo llevó a convertirse en uno de los creadores del Chicago Blues. O Louis
Amstrong que, gracias a una infancia cargada de penurias y a su estancia en un
reformatorio, alcanzó un increíble virtuosismo con la trompeta que le permitió
llevar la música negra hasta el último rincón del planeta.
López Poy lleva años dedicándose
al mundo del blues, de su pasión ha hecho su oficio. Sus amplios conocimientos
convierten Los Días Azules en un conjunto de relatos muy bien documentados. No
cabe duda que la imaginación está presente en todos ellos y es básica para su
encanto. Sin embargo, la breve pero precisa descripción de los personajes, al
iniciar cada nueva historia, aporta importantes pinceladas sobre su
personalidad y su carácter. Cuando sabemos que la Madre del Blues, Gertrude
“MA” Rainey, estuvo en los escenarios desde los 14 años, recorriendo pueblo
tras pueblo con espectáculos ambulantes, no nos extraña en absoluto que el
instinto de supervivencia y la picardía que sólo se aprenden en la escuela de la
calle, pudieran haberla llevado a adoptar como suyo un estilo musical que le
descubrió una joven que cantaba una triste canción de amor llamada “blues”. Y
al conocer que Etta James era hija de una madre soltera adolescente y convirtió
toda su vida en una reivindicación de su condición de mujer libre, el posterior
relato acerca de su marcada independencia y de sus relaciones con los hombres,
encaja perfectamente con la imagen que nos habíamos formado de ella.
Y así, vamos descubriendo las
intimidades de estos 13 protagonistas, en ocasiones contadas por ellos mismos y
en otras, por personajes anónimos que se cruzan en sus caminos. Ficticias o no, todas las historias podrían
ser perfectamente reales. ¿Quién nos
dice que algún juez, después de oír al joven Amos Junior Wells tocando la
harmónica, no hizo todo lo que estuviese en sus manos para no condenarlo y
permitirle seguir tocando? Sabemos que Big Mama Thorton acabó sus días
totalmente adicta al alcohol, por lo que no sería de extrañar que en la barra
de algún bar se lamentara, ante aquellos que quisieran escucharla, que un joven
blanco versionó su querido “Hound Dog”, convirtiéndolo en todo un éxito sin que
ella recibiese ningún reconocimiento y ni un solo centavo.
Todos los protagonistas de los
Días Azules han sido grandes leyendas del blues, pero muchos de ellos no fueron
reconocidos en su época y murieron sin saber la importancia que tuvieron para
la música en general y para el blues en particular. Manuel López Poy les devuelve
esa importancia que merecen acercándonos, en cada relato, a una pequeña parte
de sus vidas.
Y si el escritor es el
responsable de darnos a conocer al personaje a través de sus palabras, Susi
Anechina, pintora, licenciada en Bellas
Artes y profesora de educación visual y plástica y de dibujo técnico, es la
encargada de ponerle cara al protagonista de cada historia. Porque, si bien las
palabras son importantes, la cara refleja el alma y, uno de los aspectos que mayor
vínculo crea entre el lector y su libro, es poder formarse una imagen de cada
uno de los personajes que aparecen. Susi, con sus retratos llenos de vida, nos
presenta al personaje y nos define gran parte de su personalidad a través de la
expresión de sus ojos. Solo mirando la cara de Jimmy Jancey podemos apreciar su
timidez; el porte de Bessie Smith capta su elegancia; el gesto de Gary Davis define
su rebeldía; la expresión de Koko Taylor demuestra su seguridad y los dulces
ojos de James Cotton, una de las últimas leyendas vivas del blues, relajan y
aportan serenidad. Todos los
protagonistas parecen encantados de haber posado en sus retratos y la esencia
de todos ellos se transmite en cada una de las pinceladas que componen su
imagen. Esto permite al lector hacerse una idea de cómo son los protagonistas
antes de empezar a adentrarse en su historia. De hecho, fueron los retratos lo
que primero surgió en este proyecto y lo que inspiró los 13 relatos que
componen Los Días Azules.
Para mí un gran libro, imprescindible
para todo amante del blues y de los orígenes de la buena música. Pero definir si
un libro es bueno o malo es siempre algo muy subjetivo, por eso os propongo que
tengáis en cuenta la frase del célebre escritor Amos Bronson Alcott: “Es un buen libro el que se abre con
expectación y se cierra con provecho”. Abrid el libro y empezad a leer con expectación
la primera historia dedicada al éxodo de los afroamericanos del Sur hacia las
ciudades industriales del Norte. Seguid leyendo hasta llegar al último relato, protagonizado
por Frank Frost, uno de los últimos representantes genuinos del blues del
Delta; comprobareis entonces que las 123 páginas que componen el libro han sido
de provecho.
Laura Novensà
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