Hendrik Röver es un tipo sabio.
El se esfuerza por no parecerlo. De apariencia tímida y algo seca, mantiene un estatus de tipo respetado que disfruta de su espacio vital.
Un servidor le admira y toma nota de cada uno de sus pasos. Pero no como el fan que se le abrazaría en plena calle pidiéndole que le explicara sus movidas con la justicia en los convulsos tiempos de la primera etapa de Los Deltonos, o gritándole que “yo también soy un hombre enfermo!”
No. Yo le descubrí, en mi juventud, cuando mis sentidos estaban todavía nuevos y se ponían en alerta cuando algún estímulo musical parecía fuera de lo normal.
Un día vi en la tele a unos tipos serios vestidos con ropa negra tocar un estilo de música diferente a todo lo que había escuchado antes. Después le hacían una entrevista al cantante al pié del escenario en el que habían tocado. No le presté atención a la entrevista.
Años más tarde conocí la polémica de un grupo nacional que había desafiado a la compañía discográfica a la que pertenecían y sus problemas con la justicia. Era algo sorprendente en esa época.
Pero sobre todo, me sorprendió la manera irónica con la que llevaban el tema. En su disco de regreso, “Los Deltonos ríen mejor”, éstos colocaban a modo de burlona advertencia en la portada, un sello que rezaba “grupo intelectualmente violento”, perla con la que les había calificado el juez en esa pasada época. En este álbum de regreso Los Deltonos desplegaban lo que algunos llamaban “power pop”, de una manera que te dejaba aturdido. Un sonido eléctrico que te ametrallaba desde el primero hasta el último tema sin dejarte respirar. Para mí era simplemente rock and roll como no había escuchado nunca antes de un grupo nacional, y además tenía algo…
Y ese algo era… que eran ellos! Algo me decía que eran esa banda que había visto años atrás en la tele. Investigué y…bang! Efectivamente eran ellos. Todo cuadraba. Una banda que años atrás hacía blues, que se había visto obligada a guardar silencio durante años (oficialmente), y que volvían a la carga con un rabioso disco de rock con algún que otro mensaje con sabor a victoria y cargado de un tono irónico y una visión de la cotidianeidad cercana al sarcasmo más punzante.
Desde entonces, he ido siguiendo la senda que ha ido recorriendo Röver con atención. Con atención y con interés. Sin juzgar sus movimientos. Solo escuchando su música y saboreando las casualidades y las coincidencias en algunos gustos comunes.
Con los últimos trabajos de Los Deltonos ya había ido apuntando cambios de dirección. La magnífica versión de “Sweet Louisiana Sound” , revisitada como “Horizonte Eléctrico”, con la que abrían su álbum “Sólido”, o “Cero Grados”, del mismo trabajo, la desoladora, evocativa e inquietante “Circunvalación” con la que abrían “GT” acompañadas de “Brindemos”, “La canción” o “Noroeste”, son claros ejemplos de ese cambio de dirección. Y ese cambio de dirección era llevado como siempre por el bueno de Röver con tranquilidad, sin bandazos traumáticos, mezclando dichos temas con otros puramente escuela Deltonos, rock puro y duro en castellano.
Pero esos cambios de dirección apuntaban a un lugar en concreto.
Y ese no era otro que “Esqueletos”.
Y una vez más, servidor se quita el sombrero ante la decisión del “Hombre de negro de Muriedas”.
Esqueletos es un álbum que Hendrik Röver había de firmar en solitario. Los Deltonos son otra cosa, y llevarlos a las vías de tren, los desencuentros, las carreteras polvorientas, regresos a casa y otros planteamientos por los que discurre "Esqueletos" hubiera sido cuanto menos artificial o forzado.
Es un álbum cantado y contado en primera persona, y para degustar con tranquilidad, en el que Röver nos lleva desde la cocina de su casa un Lunes por la mañana después de otro bolo, nos hace testigos de su dialogo con su vaso preferido, deja notas que suenan diferentes en la distancia, nos habla de rupturas, de amor, de canciones cantadas antaño y ahora olvidadas y de amigos.
Y de trenes.
Un trabajo hecho con y para guitarras acústicas, banjos, guitarras de pedal, armónicas y para contar historias. Para escuchar historias. Historias con las que un servidor se identifica en ocasiones y en otras le suenan por amigos.
Y es que Röver no lo sabe, pero hace ya tiempo que es un amigo en la distancia. Un tipo de esos que al expresarse te hacen sentirte acompañado y no sentirte un bicho raro al mezclar en tus gustos musicales el rock más eléctrico, con el blues, o con tipos como Townes Van Zandt, Los Bottle Rockets, Steve Earle, Shooter Jennings, su padre o su amigo Johnny Cash.
Así que al escuchar "Esqueletos", uno no puede más que decirle a Hendrik Röver: gracias.
Y avísame cuando vayas a machacar monedas a la vía del tren!
El Director
El se esfuerza por no parecerlo. De apariencia tímida y algo seca, mantiene un estatus de tipo respetado que disfruta de su espacio vital.
Un servidor le admira y toma nota de cada uno de sus pasos. Pero no como el fan que se le abrazaría en plena calle pidiéndole que le explicara sus movidas con la justicia en los convulsos tiempos de la primera etapa de Los Deltonos, o gritándole que “yo también soy un hombre enfermo!”
No. Yo le descubrí, en mi juventud, cuando mis sentidos estaban todavía nuevos y se ponían en alerta cuando algún estímulo musical parecía fuera de lo normal.
Un día vi en la tele a unos tipos serios vestidos con ropa negra tocar un estilo de música diferente a todo lo que había escuchado antes. Después le hacían una entrevista al cantante al pié del escenario en el que habían tocado. No le presté atención a la entrevista.
Años más tarde conocí la polémica de un grupo nacional que había desafiado a la compañía discográfica a la que pertenecían y sus problemas con la justicia. Era algo sorprendente en esa época.
Pero sobre todo, me sorprendió la manera irónica con la que llevaban el tema. En su disco de regreso, “Los Deltonos ríen mejor”, éstos colocaban a modo de burlona advertencia en la portada, un sello que rezaba “grupo intelectualmente violento”, perla con la que les había calificado el juez en esa pasada época. En este álbum de regreso Los Deltonos desplegaban lo que algunos llamaban “power pop”, de una manera que te dejaba aturdido. Un sonido eléctrico que te ametrallaba desde el primero hasta el último tema sin dejarte respirar. Para mí era simplemente rock and roll como no había escuchado nunca antes de un grupo nacional, y además tenía algo…
Y ese algo era… que eran ellos! Algo me decía que eran esa banda que había visto años atrás en la tele. Investigué y…bang! Efectivamente eran ellos. Todo cuadraba. Una banda que años atrás hacía blues, que se había visto obligada a guardar silencio durante años (oficialmente), y que volvían a la carga con un rabioso disco de rock con algún que otro mensaje con sabor a victoria y cargado de un tono irónico y una visión de la cotidianeidad cercana al sarcasmo más punzante.
Desde entonces, he ido siguiendo la senda que ha ido recorriendo Röver con atención. Con atención y con interés. Sin juzgar sus movimientos. Solo escuchando su música y saboreando las casualidades y las coincidencias en algunos gustos comunes.
Con los últimos trabajos de Los Deltonos ya había ido apuntando cambios de dirección. La magnífica versión de “Sweet Louisiana Sound” , revisitada como “Horizonte Eléctrico”, con la que abrían su álbum “Sólido”, o “Cero Grados”, del mismo trabajo, la desoladora, evocativa e inquietante “Circunvalación” con la que abrían “GT” acompañadas de “Brindemos”, “La canción” o “Noroeste”, son claros ejemplos de ese cambio de dirección. Y ese cambio de dirección era llevado como siempre por el bueno de Röver con tranquilidad, sin bandazos traumáticos, mezclando dichos temas con otros puramente escuela Deltonos, rock puro y duro en castellano.
Pero esos cambios de dirección apuntaban a un lugar en concreto.
Y ese no era otro que “Esqueletos”.
Y una vez más, servidor se quita el sombrero ante la decisión del “Hombre de negro de Muriedas”.
Esqueletos es un álbum que Hendrik Röver había de firmar en solitario. Los Deltonos son otra cosa, y llevarlos a las vías de tren, los desencuentros, las carreteras polvorientas, regresos a casa y otros planteamientos por los que discurre "Esqueletos" hubiera sido cuanto menos artificial o forzado.
Es un álbum cantado y contado en primera persona, y para degustar con tranquilidad, en el que Röver nos lleva desde la cocina de su casa un Lunes por la mañana después de otro bolo, nos hace testigos de su dialogo con su vaso preferido, deja notas que suenan diferentes en la distancia, nos habla de rupturas, de amor, de canciones cantadas antaño y ahora olvidadas y de amigos.
Y de trenes.
Un trabajo hecho con y para guitarras acústicas, banjos, guitarras de pedal, armónicas y para contar historias. Para escuchar historias. Historias con las que un servidor se identifica en ocasiones y en otras le suenan por amigos.
Y es que Röver no lo sabe, pero hace ya tiempo que es un amigo en la distancia. Un tipo de esos que al expresarse te hacen sentirte acompañado y no sentirte un bicho raro al mezclar en tus gustos musicales el rock más eléctrico, con el blues, o con tipos como Townes Van Zandt, Los Bottle Rockets, Steve Earle, Shooter Jennings, su padre o su amigo Johnny Cash.
Así que al escuchar "Esqueletos", uno no puede más que decirle a Hendrik Röver: gracias.
Y avísame cuando vayas a machacar monedas a la vía del tren!
El Director
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