El pasado viernes 24 llegaba a Barcelona por primera vez el reverendo Al Green. Llegaba en calidad de único superviviente y representante en activo de uno de los estilos musicales que más alegrías han dado a los cuerpos desnudos de los amantes de todo el mundo.
Sin Pickett, Reding, Cooke o Gaye, Green, aquel que en su momento se alejo del camino pecaminoso para abrazar de nuevo la fe en busca de redención por todos los pecados acumulados durante años, ha vuelto al negoció hace unos pocos años para mantener la llama viva.
Y algunos podían pensar que los zapatos le podían venir grandes al bueno del reverendo Green después de ser calzados por los monstruos escénicos antes nombrados.
Se encargó su banda de calentar el ambiente como en las mejores ceremonias clásicas de entertainer negro que se precie. Pero el reverendo no tardó en saltar a escena, elegante sonriente, seguro. Dos o tres poses para los fotógrafos y su voz, esa voz! se proyecta hacia todos y cada uno de los rincones de l'Auditori, llenándolo de soul, de amor y de oficio a partes iguales desde ese mismo instante, hasta unos escasos 70 minutos más tarde.
Y es que el reverendo se la sabe larga. Sabe que desde ese preciso instante inicial tiene a todo el público a sus pies. Y digo a todo. Desde los más veteranos a los más noveles, que pudieron apreciar como uno de los falsetes más celebres del soul seguía intacto, y desde las más maduritas a las más adolescentes, que se batieron en duelo por conseguir las rosas y los besos que repartió el picarón de Green durante toda su actuación.
Musicalmente impecable, arropado por una superbanda, dos teclados, vientos, percusión, batería, bajo, guitarra y coros (amén de dos bailarines, único punto prescindible a mi entender), el reverendo inició el recital con “I can’t stop”, tema que daba título al álbum que inauguró su trilogía de regreso al negocio, y solamente regaló un tema de su más reciente “Lay it down”, precisamente el que da título al disco.
Green no escatimó clásicos “Let’s get married”, “Here I am (come and take me)”, “Let’s stay together”. Pasó cerca del gospel con “Amazing grace”. Hizo un medley-homenaje a los clásicos del género (Temptations, Four Tops, Sam Cooke o Otis Reding) que no fue, pese al riesgo que entrañaba, ni facilón, ni carrinclón; fue escueto y respetuoso.
Traca final con “Tired of being alone”, “I’m still in love with you” y “Love and happiness”, sobre la cual se fue despidiendo de un público entregado que le devolvió el cariño demostrado con una larga ovación, que algunos pocos (sin mucha experiencia en conciertos de estrellas del pasado que alargan sus recitales innecesariamente hasta la extenuación emborronando su pasado) rompieron con algún abucheo al ver que el reverendo no regalaba más temas. Ni más rosas. No hacía falta.
Hay que saber apreciar la buena cocina, servida en raciones justas, no comer hasta hartarse. Para eso están los merenderos de Las Planas. Y para eso están los músicos caducos y autocomplacientes, que los hay.
Por suerte, Al Green no es de esos.
Y algunos podían pensar que los zapatos le podían venir grandes al bueno del reverendo Green después de ser calzados por los monstruos escénicos antes nombrados.
Se encargó su banda de calentar el ambiente como en las mejores ceremonias clásicas de entertainer negro que se precie. Pero el reverendo no tardó en saltar a escena, elegante sonriente, seguro. Dos o tres poses para los fotógrafos y su voz, esa voz! se proyecta hacia todos y cada uno de los rincones de l'Auditori, llenándolo de soul, de amor y de oficio a partes iguales desde ese mismo instante, hasta unos escasos 70 minutos más tarde.
Y es que el reverendo se la sabe larga. Sabe que desde ese preciso instante inicial tiene a todo el público a sus pies. Y digo a todo. Desde los más veteranos a los más noveles, que pudieron apreciar como uno de los falsetes más celebres del soul seguía intacto, y desde las más maduritas a las más adolescentes, que se batieron en duelo por conseguir las rosas y los besos que repartió el picarón de Green durante toda su actuación.
Musicalmente impecable, arropado por una superbanda, dos teclados, vientos, percusión, batería, bajo, guitarra y coros (amén de dos bailarines, único punto prescindible a mi entender), el reverendo inició el recital con “I can’t stop”, tema que daba título al álbum que inauguró su trilogía de regreso al negocio, y solamente regaló un tema de su más reciente “Lay it down”, precisamente el que da título al disco.
Green no escatimó clásicos “Let’s get married”, “Here I am (come and take me)”, “Let’s stay together”. Pasó cerca del gospel con “Amazing grace”. Hizo un medley-homenaje a los clásicos del género (Temptations, Four Tops, Sam Cooke o Otis Reding) que no fue, pese al riesgo que entrañaba, ni facilón, ni carrinclón; fue escueto y respetuoso.
Traca final con “Tired of being alone”, “I’m still in love with you” y “Love and happiness”, sobre la cual se fue despidiendo de un público entregado que le devolvió el cariño demostrado con una larga ovación, que algunos pocos (sin mucha experiencia en conciertos de estrellas del pasado que alargan sus recitales innecesariamente hasta la extenuación emborronando su pasado) rompieron con algún abucheo al ver que el reverendo no regalaba más temas. Ni más rosas. No hacía falta.
Hay que saber apreciar la buena cocina, servida en raciones justas, no comer hasta hartarse. Para eso están los merenderos de Las Planas. Y para eso están los músicos caducos y autocomplacientes, que los hay.
Por suerte, Al Green no es de esos.
El Director
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